¡Asi nunca vamos a poder llevarnos bien!

Imagen que tomé prestada (!) de www.confesionesdesofia.com

Llegó. Una semana, diez días antes... el llega. Se ocupa de hacerlo de forma intempestiva: me acosté divina y me desperté fatal. En ese tiempo en el que usa mi humanidad como hotel, cumple a la perfección varios de sus mandatos:

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1) Me enemista con el espejo. Nuestra conexión pasa de usar su reflejo varias veces al día a pispearme un ratito antes de salir de casa para comprobar que no me puse una media en la cabeza.

2) Hace que mi guardarropas me ataque tirándome cuanta prenda ancha, suelta y larga encuentra.

3) Transforma a mi estómago de una sutil pancita chata a digna merecedora del asiento en el colectivo (gracias a Dios nunca me lo dieron pero si yo quisiera lo podría pedir).

4) Cruza los cables de mi cerebro y me convierte en la mujer más torpe sobre la Tierra. Me llevo muebles por delante (tengo algunos moretones en las piernas que lo confirman. El mes pasado me fuí de totó por las escaleras), se me caen los vasos al lavarlos y demoro un milenio en salir de casa porque no puedo coordinar dos cosas a la vez.

5) Declara la guerra entre mi cuerpo y yo. Si hubiera un campo de batalla, iríamos ambos con toda nuestra fuerza de choque.

6) Hace que mi sensibilidad esté más presente que mi inteligencia. Me pongo a tararear una canción romántica y lloro como si no tuviera a nadie en el mundo que me de un beso.

7) Nuevamente pasea por mi cerebro y pone en ON el Modo Irritada. Si mi novio me dice: "te queda lindo eso, que se yo..." inmediatamente le canto la perorata de que soy fea, de que no me quiere, de que me voy a quedar sola y de que el no dice lo que tiene que decir cuando quiero que lo diga (una densa, para ser más precisa).

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Y luego de todo esto, el maldito Síndrome Pre Menstrual (SPM, para sus enemigos), agarra sus valijas, se toma su bondi y se va. Eso si, en tres semanas vuelve: no vaya a ser que lo extrañe.